Atardecía cuando salí del trabajo. El día había estado soleado después de una semana oscuramente gris, atiborrada de lluvia y decorada con paraguas que iban y venían por las calles de la ciudad tropezando con todo a su paso. Cuando el sol pasa varios días tapado, entre las nubes y el cielo, y todo es de color grisáceo, uno tiende a olvidarse de cómo era esa imponente figura de forma circular que ilumina todo desde arriba. Para llegar a Marcos Paz debo tomar el subte B en Chacarita y caminar hasta la terminal de combis, una solución rápida ante la escasez de tiempo. Siete cuadras me separan de la estación Federico Lacroze. En esas siete cuadras el barrio de Chacarita muestra un encanto que no se vive en días hábiles: los negocios comerciales decoran el recorrido, y las veredas, al igual que las paradas de colectivos, se ven vacías, no rebalsan de gente apurada y uno no choca con la realidad de aquellos que quedan fuera del sistema. La entrada al ferrocarril Urquiza también brilla ...
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